Colombiana Enroute -Capítulo 1: El Café

Crecer rodeada de café es un lujo

Si bien, nunca me dejaron tomarlo oficialmente antes de los 15, ver a a mi mamá, a mis tías y a mi abuelita con una taza de café, después de cada comida, luego de la siesta y atendiendo la visita, hizo que lo asimilara como algo esencial en mi vida.

Estoy segura, basada en mis recuerdos oxidados de niñez que en algún momento, recibí un tetero dominado por la leche, con una gotica de café y obvio, endulzado con panela. Quiero creer, que luego de tomar todas esas cremas de verduras que me daban con cucharas voladoras pretendiendo ser aviones, la recompensa era un tetero con una gotica de café.

En esas tazas diminutas que mi mamá usaba —porque ¡Ay donde le sirvieran en taza grande!— cabían mis sueños de cumplir 15 años para sentarme con la visita a tomar café. Ya había logrado copiar, en casi todo, a las mujeres de mi familia y en particular, a mis tías. Me ponía sus tacones, sus vestidos de gala, esculcaba entre su diversa colección de casetes de música, y me enamoraba de sus cantantes: Gloria Estefan, Rocío Durcal, Juan Luis Guerra y Wilfrido Vargas entre muchos otros.

Revisaba sus cajones y me comía los dulces que les daban sus novios —aún tengo el sabor de esos mazapanes que venían en forma de fruta sobre un platico de mimbre—; leía los cuentos que ellas en algún momento de su vida habían leído; me embadurnaba de sus cremas, perfumes, y, mejor dicho, me disfrazaba con lo que encontraba en aquellas tardes en las que me dejaban donde mis abuelitos, y no había nadie en la casa, a excepción de la empleada.

¡Uy! Acabo de acordarme que yo hacía las coreografías de Xuxa y cantaba, con los trajes de gala de mis tías, ‘Querida’ de Pandora…(Pausa pa’ reírme por los tacones que tuve que haber dañado). ¡Ey!, en serio no me puedo quejar poque me divertí muchísimo y fui, por así decirlo, una niña bastante curiosa. Lo único que no me dejaba descansar, era que aún me faltaba una cosa por imitar: tomar café con la visita.

Quizás, mi interés por el café en esa época tenía que ver con lo que representaba en mi vida. El café fue el centro de cosas maravillosas para mi familia: la comida, las risas, las visitas a la casa de mis abuelitos, y hasta las conversaciones de política entre una conservadora y un liberal, mis abuelos. Recuerdo que luego del almuerzo nos sentábamos en la sala y pasábamos horas juntos. Eso era para mí el café antes de los 15.

Ahora bien, digo ‘antes de los 15’ porque ya en la adolescencia uno se vuelve rebelde y nada de lo que hacen los papás o adultos es chévere. Yo a partir de los 15, tranquilamente cambiaba mi, recien adquirido, derecho a tomar café por un jugo de Curuba en leche. Así, pasaron los años de mi adolescencia y ya en mi etapa adulta, empecé a ver el café como algo del común. Y es que, por así decirlo, el café es el agua de los colombianos como lo es la cerveza para los alemanes; está por todas partes, no es tan costoso y a nadie se le niega.

Ya en el exterior, el café adquirió un nuevo significado: se convirtió en mi puente con Colombia y dejó de ser ‘agua’ para convertirse en ‘oro’. Recuerdo la primera vez que no tuve café colombiano. Todo sucedió en una mañana vienesa cuando se acabó mi bolsita de Juan Valdez. Yo, muy relajada, le grité a mi compañera alemana: “ya vuelvo, voy por café”, pero nunca me imaginé que no volvería a probar café ‘rico’ en mucho tiempo.

Descubrí un mundo paralelo de olores y sabores que, para ser sincera, no tenían nada que ver con ese café que alguna vez hipnotizó mi niñez. No entendía lo que pasaba. En mi mundo, el café no debía oler como si se hubiera achicharrado. Recordé todas esas mañanas bogotanas en las que pasaba por la calle 64 con 5ta y el taxi se impregnaba de olor a café tostado. Nunca supe de dónde venía el olor pero con sólo cerrar los ojos puedo sentir la felicidad que me producía.

¡El café ahora olía extraño y sabía aún peor! Desafié mi lógica y llegué a pensar cosas ‘raras’ como: “¿será que se me quemó el café?”. Pero inmediatamente me respondía: “¡A ver!, ¿cómo se puede quemar el café en una cafetera de filtro?!”. Es increíble todo lo que uno alcanza a imaginarse ante una crisis de café. Todas esas preguntas ‘raras’ harían parte de mi vida en mis primeros años en Europa. Todavía recuerdo cuando, aún en Viena, viviendo con dos compañeros nuevos, me despertaba un olor horrible a las 5 de la mañana. Era el olor de lo que mi compañera de Bulgaria sacaba de una bolsa de colores exóticos y llena de guacamayas, que más parecía publicidad del Carnaval de Barranquilla que una bolsa de café.

¡Nunca el olor a café me había producido malestar estomacal! Yo juraba, en mis momentos más brillantes a las 5 de la mañana, que mi compañera estaba dejando quemar el café. Luego, volvía en mí y reconocía que era muy poco probable. Pasé años tratando de descifrar qué pasaba con el café. Compré diferentes tipos, a diferentes precios, intenté con diferentes preparaciones, pero nada. Mi saborcito colombiano no aparecía por ningún lado.

Obviamente, hay cafés de cafés. Logré encontrar uno que alcanzaba a ‘tocarle el tobillo’ a mi cafecito colombiano, y aprendí a conformarme con esa cercanía. Sin embargo, la tortura empezaba cuando viajaba a Colombia, traía café y al acabarse, me veía obligada a comprar café en los supermercados europeos. Entonces, caía otra vez en el ciclo de preguntas ‘raras’ sobre aquella agua negra chamuscada que pretendía ser café.

Con el pasar de los años, logré reencontrarme con mi café colombiano en Europa. ¿La solución?, ¡fácil!: si había algo que no podía faltar en mi maleta al regresar de Colombia, era mi dotación de café para 1 año — ¡Qué Bocadillo Veleño ni qué harina pa’ Buñuelos! — . Hoy en día, luego de 11 años de esa lucha por mantener al café como eje central de mi existencia, tengo la fortuna de poder pedir café, de verdad colombiano, (no de esos que dicen ‘Colombia’ en la bolsa y saben a mico), por internet. Existen varios colombian@s que, seguramente ante la ausencia de su café, decidieron importarlo y garantizar el que podamos mantener vivo ese recuerdo de niñez que tanto nos alegra el alma.

Gracias a ellos (Siete7, Hilo Cafe, Grano de Café) por hacer de mi existencia en Europa algo tan placentero, y obvio, por ayudarme a ahorrar espacio en la maleta para traer cosas que aún no se encuentran por aquí.

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